"Con la gestión
reformista de la incertidumbre que propongo no trato, para nada, de recomendar
el recogimiento en el espacio privado, hacer pequeñas cosas en nuestra esfera
de acción y dejar el resto importante de la gestión a los especialistas.
Tampoco es una simple llamada a ciertas formas de sabiduría tradicional, aunque
considera que ésta no es irrelevante.
Es cierto que en
parte se conecta con lo que en su momento Popper llamó ‘ingeniería social fragmentaria’,
y también con ciertas formas elementales de la sabiduría tradicional. Un primer
paso es la definición de ciertos principios de simplicidad como pueden ser el
principio de prudencia y el de la participación en las políticas públicas. De
ambos tipos de acción no se puede decir que sean grandes remedios, pero pueden
resultar muy eficaces, al menos por tratar de reducir los efectos dañinos
absolutamente imprevisibles. Recogen algo de la crítica procedente de los
defensores de la tesis de la inutilidad o de los que hablan de la perversidad moral
de gestionar el riesgo. Pero, toda pretensión de reducir al nivel cero los
riesgos es, en sí misma, una pretensión absolutamente contraria al proceso de
organización social que arrastra la contrapartida del fatalismo negativo: el
optimismo ingenuo. Además, no cabe olvidar el serio problema de si acaso el no
hacer algo no supone también un cambio importante en el contexto.
Gestionar el riesgo
es tanto como plantearnos el tema de la entera política, no exclusivamente de la
política científica y tecnológica. El análisis conceptual del riesgo resulta, por
tanto, enormemente importante para una gestión eficaz: “La combinación entre irreversibilidad
e incertidumbre debería hacernos más cautelosos respecto a la reducción del capital
natural”(Atkinson, Dubourg, Hamilton et al., 1997: 15)
Evidentemente ocurre
que la gestión se encuentra estrechamente vinculada a la divulgación, difusión
y percepción del riesgo, aunque sólo sea porque se puede producir una ampliación
de los riesgos reales por la misma forma de comunicación de los riesgos potenciales.
El miedo a contraer la encefalopatía espongiforme o el miedo provocado por las consecuencias
del tabaquismo son casos interesantes de estudio porque en ellos parecen aplicarse
modelos diferentes sobre los riesgos potenciales, uno mucho más difuso y a muy largo
plazo, otro insistente en consecuencias más inmediatas. El modelo de individuo
al que se supone va dirigida la información no parece similar. El difuso es más
complejo valorativamente y tiene más en cuenta a las generaciones futuras, el
otro, el del tabaco, es más concreto e insiste en el egoísmo racional
individual.
De todo ese conjunto
me parece importante señalar la importancia de lo que podríamos llamar formas
constitucionales de prevenir el riesgo. Me refiero a establecer acuerdos que
vinculen a decisiones futuras, al establecimiento de protocolos nacionales,
regionales e internacionales que restrinjan el rango de riesgos potenciales. No
tanto reglas inmediatas de acción, sino metarreglas sobre las acciones. El
avance del principio de prudencia, con toda su ambigüedad, puede ser un buen ejemplo
de este tipo de propuestas. Pero si se trata de facilitar la reversibilidad, de
compartir un horizonte de valores que permitan llegar a acuerdos, hay ya
también conocimiento sobre la importancia que puede tener el desarrollo de las
formas institucionales de la democracia para evitar la producción de hambrunas
y para atender a grandes desastres imprevisibles. El sistema procedimental de
la democracia y las elecciones coloca como interés del gobernante atender con
prontitud y celeridad a ese tipo de problemas “puntuales” . Sin embargo, más
difícil y complejo se presenta el problema de los riesgos persistentes,
generales y difusos. Por ejemplo, la miseria crónica o las situaciones de
carencia persistente de atención a las obras públicas.
En la gestión del
riesgo resulta fundamental el mantenimiento de la pluralidad de opciones y la
aplicación de medidas reversibles: que se pueda protestar contra determinadas opciones
y que se pueda abandonar un curso de acción. Esto se corresponde en buena
medida con el análisis social de Hirschman, y con los mecanismos que ha
caracterizado como salida, voz y libertad. Podríamos caracterizar a esta opción
que defendemos como conformismo escéptico ante el riesgo que se contrapone con
la adopción cínica de riesgos y con el fatalismo negativo.
Ahora bien, gestionar
el riesgo supone una definición explícita de los objetivos, no es un problema
sencillamente de medios, sino que hay que hacer intervenir los fines. Junto a
ello, el problema de la definición de los entornos (entornos de riesgo), y la consideración
más o menos global de las interacciones, es otro de los componente claves. Por
un lado resulta imprescindible enfrentarse al pensamiento mágico o al primer
principio de la pseudociencia que considera que todo está relacionado con todo,
lo que viene a ser algo parecido a que nada está relacionado con nada. La
discriminación resulta fundamental para determinar cuando el riesgo es global.
Sin duda estamos hablando de una tecnociencia social, la tecnociencia de la gestión
del riesgo, pero no es lo mismo asignar los riesgos a todos en el plano
internacional (e.g., Kyoto y la decisión de EE.UU.) sin tener en cuenta la
cuestión de la historia (las generaciones futuras de los países del centro se
beneficiarían de lo que esos países hicieron antes), que definir los marcos de
interacción e incluir el descuento por el pasado. Al mismo tiempo, si el riesgo
es auténticamente global no debería adoptarse una política que hiciera depender
la acción de lo ocurrido en el pasado. Pero seguramente hay muy pocos casos en
los que se planteen esas opciones como claramente antagónicas.
Como han dicho
(Hellström, y Jacob, 1996: 84): «El reconocimiento en la evaluación de impacto
medioambiental de que no se puede eliminar la incertidumbre, sino que solamente
puede ser administrada, sirve para conseguir un mayor grado de transparencia y
para prevenir el autoengaño a la hora de ejercer una política de calidad».
Aunque desde luego hay mucho que precisar, y muy importante, entre el riesgo y
la incertidumbre, me interesa señalar que cada vez está más presente esa idea
(señalada por Hellström y Jacob) de que la incertidumbre no puede eliminarse,
sino que solamente puede ser administrada. En el análisis de la globalización
del riesgo se ha generado todo un mundo de expertos: en economía, en nuevas
tecnologías, en problemas de crecimiento y distribución de recursos, en
evaluación de riesgo y problemas medioambientales, etc. etc. Pero es importante
recordar que el mismo hablar de ‘expertos’ es una intervención sistemática
sobre el medio social.
Dicho un tanto
abruptamente, no hay neutralidad valorativa en las ciencias sociales; haremos
bien en no olvidar que, lejos de una ciencia social libre de valores, toda
práctica humana está estrechamente vinculada a la valoración y a la acción
valorativa. No hay una distinción fuerte entre interpretar y transformar, a
pesar de la conocida y repetida expresión de algún clásico de las ciencias
sociales que nos recomendaba cambiar nuestra actividad interpretativa por la
transformación del mundo. Por el contrario, no deberíamos perder de vista que
la interpretación del mundo es su propia transformación, sobre todo cuando se
trata del mundo social".
Fuente: J. Francisco Álvarez (UNED)
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